La Historia del Sultán Abbas y la esclava Layla
Las palabras vuelan, lo escrito permanece. Gracias a esto, querido amigo, llega hasta tus días este relato desde las lejanas tierras de Oriente.
Al harén del joven Sultán Abbas el león llegó una esclava llamada Layla. Fue elegida por un eunuco del harén no por su belleza y sensualidad, como era tradicional, si no por la sabiduría de sus profundos ojos negros que le miraban como si quisieran decirle que la llevara a ella. La joven aceptó su nuevo destino y alegremente atravesó las puertas de su nuevo hogar en el palacio real. Allí fue confiada a una de las sirvientes para ser educada en la danza, la música, la literatura y el canto. No era hermosa, pero destacó entre el resto de esclavas desde muy temprano, eclipsando a las demás con su arte, la alegría que transmitía y su asombrosa inteligencia.
En poco tiempo subió de rango y se convirtió en sirviente, por lo que tuvo la oportunidad de ver por primera vez al sultán. Al encontrarse la mirada de ambos, ella le miró fijamente, sin un ápice de temor o de mostrarse inferior a él, por unos instantes se mantuvo así, altiva, para después marcharse, dejando sembrada en sus ojos una inquietud que no podía explicar el valeroso Abbas.
El sultán era tal y como había soñado la cariye Layla la noche antes de ser encontrada por el eunuco, la noche en que había sabido que ese era su destino y se había enamorado de ese hombre desconocido. Desde ese momento había deseado estar a su lado y que él también la amara.
Durante días Abbas rondaba por las estancias del harén y los baños, esperando encontrar esa mirada que absorbía por completo todos sus sentidos. La encontraba a veces, en momentos fugaces, para luego desaparecer rápidamente. Entonces él guardaba esos momentos y por la noche en su estancia privada recomponía en su cabeza esos pedazos de miradas para dar forma a la joven poseedora de esos ojos. Pero no podía hacer más que eso, su corazón seguía siendo fuerte y no era capaz de elegir una favorita entre las jóvenes que poblaban su harén ya que a parte de esos ojos ninguna de ellas había desatado su pasión. No sabía quien era ella o si simplemente era una fantasía que le perseguía observándole oculta tras un velo.
Layla estaba preparada y había llegado el momento de mostrarse ante el sultán. Acomodado Abbas entre cojines, se disponía a presenciar las danzas de sus odaliscas. Los músicos comenzaron a hacer sonar sus bellos instrumentos, sonidos lánguidos, como largos lamentos, que se mecían como el vaivén del agua. Una flauta sonaba, y apareció Layla, reina de la noche, envuelta en hermosos ropajes de seda, sosteniendo con la punta de sus dedos un velo y comenzó su raks sharki. Bailaba delicadamente, misteriosa, sensual y elegante, mostrando con su danza el alma, todo su ser se dejaba ver por los movimientos de su cuerpo. El vaivén de sus caderas hipnotizaba al rey, las ondulaciones de su vientre le estaban haciendo enloquecer, sus delicados brazos le acariciaban en la distancia, su pecho imitaba los rápidos latidos del corazón del joven, y sus ojos, esos ojos oscuros que no habían dejado de mirarle, le estaban haciendo sentir todo el deseo y la pasión de Layla por su Sultán. Las últimas notas sonaban, ahora más lento el ritmo, y suavemente, acariciando sus pasos, se acercó hacia el sultán, para acabar su fecunda danza arrodillada ante Abbas, su amado, desde ese momento convertido en amante. Abbas se arrodilló también y olvidando sus tradiciones, la besó apasionadamente ante todos los habitantes del harén. Desde entonces Layla se convirtió en la Favorita del Sultán y en su esposa, y le dio su primer hijo. Abbas jamás amó a otra mujer y compartió el resto de sus días con ella.
Así fue como el león se enamoró de la noche. Y así es como yo, eunuco del harén del Sultán Abbas el león, termino esta hermosa y cierta historia del valeroso Sultán Abbas y la sabia esclava Layla.
Al harén del joven Sultán Abbas el león llegó una esclava llamada Layla. Fue elegida por un eunuco del harén no por su belleza y sensualidad, como era tradicional, si no por la sabiduría de sus profundos ojos negros que le miraban como si quisieran decirle que la llevara a ella. La joven aceptó su nuevo destino y alegremente atravesó las puertas de su nuevo hogar en el palacio real. Allí fue confiada a una de las sirvientes para ser educada en la danza, la música, la literatura y el canto. No era hermosa, pero destacó entre el resto de esclavas desde muy temprano, eclipsando a las demás con su arte, la alegría que transmitía y su asombrosa inteligencia.
En poco tiempo subió de rango y se convirtió en sirviente, por lo que tuvo la oportunidad de ver por primera vez al sultán. Al encontrarse la mirada de ambos, ella le miró fijamente, sin un ápice de temor o de mostrarse inferior a él, por unos instantes se mantuvo así, altiva, para después marcharse, dejando sembrada en sus ojos una inquietud que no podía explicar el valeroso Abbas.
El sultán era tal y como había soñado la cariye Layla la noche antes de ser encontrada por el eunuco, la noche en que había sabido que ese era su destino y se había enamorado de ese hombre desconocido. Desde ese momento había deseado estar a su lado y que él también la amara.
Durante días Abbas rondaba por las estancias del harén y los baños, esperando encontrar esa mirada que absorbía por completo todos sus sentidos. La encontraba a veces, en momentos fugaces, para luego desaparecer rápidamente. Entonces él guardaba esos momentos y por la noche en su estancia privada recomponía en su cabeza esos pedazos de miradas para dar forma a la joven poseedora de esos ojos. Pero no podía hacer más que eso, su corazón seguía siendo fuerte y no era capaz de elegir una favorita entre las jóvenes que poblaban su harén ya que a parte de esos ojos ninguna de ellas había desatado su pasión. No sabía quien era ella o si simplemente era una fantasía que le perseguía observándole oculta tras un velo.
Layla estaba preparada y había llegado el momento de mostrarse ante el sultán. Acomodado Abbas entre cojines, se disponía a presenciar las danzas de sus odaliscas. Los músicos comenzaron a hacer sonar sus bellos instrumentos, sonidos lánguidos, como largos lamentos, que se mecían como el vaivén del agua. Una flauta sonaba, y apareció Layla, reina de la noche, envuelta en hermosos ropajes de seda, sosteniendo con la punta de sus dedos un velo y comenzó su raks sharki. Bailaba delicadamente, misteriosa, sensual y elegante, mostrando con su danza el alma, todo su ser se dejaba ver por los movimientos de su cuerpo. El vaivén de sus caderas hipnotizaba al rey, las ondulaciones de su vientre le estaban haciendo enloquecer, sus delicados brazos le acariciaban en la distancia, su pecho imitaba los rápidos latidos del corazón del joven, y sus ojos, esos ojos oscuros que no habían dejado de mirarle, le estaban haciendo sentir todo el deseo y la pasión de Layla por su Sultán. Las últimas notas sonaban, ahora más lento el ritmo, y suavemente, acariciando sus pasos, se acercó hacia el sultán, para acabar su fecunda danza arrodillada ante Abbas, su amado, desde ese momento convertido en amante. Abbas se arrodilló también y olvidando sus tradiciones, la besó apasionadamente ante todos los habitantes del harén. Desde entonces Layla se convirtió en la Favorita del Sultán y en su esposa, y le dio su primer hijo. Abbas jamás amó a otra mujer y compartió el resto de sus días con ella.
Así fue como el león se enamoró de la noche. Y así es como yo, eunuco del harén del Sultán Abbas el león, termino esta hermosa y cierta historia del valeroso Sultán Abbas y la sabia esclava Layla.
3 Comentários:
Quina història més maca!M'encanta!
Amina
Mi condición de feminista por naturaleza me ha hecho ponerme en guardia desde el comienzo de la historia, pero debo admitir que es un cuento muy bello, si soy capaz de quitarme de encima mis prejuicios de feminista.
:-) a mi me ha gustado en su contexto... Además, hemos de pensar que antes las mujeres de un harem eran lo más cultivado del mundo! Aprendían ciencias, arte...
Petonets!!
Publica un comentari a l'entrada